¿Por qué soy bético?
J. ROMERO Y MURUBE
Esto del fútbol y todo lo que le rodea es algo más de lo que se aparenta y ve. El juego del balón existe en la mayoría de los países del mundo. ¿Pero ocupa en las demás naciones el área pasional obsesiva, dentro de los públicos, que ocupa en España? ¿Qué suplencias realiza el español en su interés y preocupación por el fútbol? ¿Qué desatiende, qué otras materias o actividades desestima o anula? ¿Hasta qué punto el exceso de condescendencia gubernamental y la colaboración desaforada de la prensa no hace cundir y fomentar algo que merma, por su insistencia masiva, otros afanes, otras preocupaciones, otros ocios más nobles y educativos?
Quizá la explicación de todos estas interrogantes que se hace todo el mundo, con un sentimiento que está entre el pudor de algo y el bochorno de muchas cosas…, quizá la explicación esté en que el español todo lo convierte, por su carácter extremoso, en problema y bandería. Aquí jugar al balón puede ser en muchos casos un motivo de orden público. Y que hasta un lunático como el que esto escribe aluda al fútbol sin saber una palabra de ello. La pelota es el único asunto que puede motivar interés para páginas y páginas y más páginas de los periódicos de toda la Península. ¿Pero es que los españoles no saben ni les interesa más que el fútbol? Y tras todo esto, los tinglados económicos…
Pero no, no era éste el artículo que se nos pedía. Hoy hay que hablar del Betis. Y lo hacemos gustosísimamente. Y vamos a razonar por qué, en distintas ocasiones, nos hemos manifestado como simpatizantes de aquel equipo sin que apenas nosotros tengamos mayor frecuencia con sus actuaciones ni con el deporte en general.
Pues sí, por algo que quizá no sea fútbol: nosotros hemos sido béticos por romanticismo. Una vez, en Madrid, hace tres o cuatro años, -mañana, fría en Ciudad Lineal- vimos jugar al Betis con el Plus Ultra. Ganamos. Yo sentí en mi sevillanismo insobornable una especie de regustillo espiritual especialísimo. Era lógico. Pero luego el Betis perdía siempre. Perdía en su propio campo. "La senda de los elefantes" es una de las expresiones más densas y filosóficas con que puede haber sido sustituida, alusiva y humorísticamente, la nomenclatura de un paseo. Pero además de perder por mala suerte, por juego deficiente o por lo que fuera, al Betis se le intentaban hacer faenas entre los bastidores de la alta política deportiva… Y los bastidores estaban, a veces, en nuestros mismos predios… ¡Ay, la ciudad agria!
El Betis llegó a formar una inderrocable moral a prueba de derrotas, que nosotros veíamos compaginadas con la quiebra y mala fortuna de otras muchas actividades sevillanas. Pero en vez de adoptar esa inexplicable renunciación que hemos aplicado, para nuestra desgracia, a tantas adversidades –la de subirnos de hombros en vez de subirnos de corazón-, el Betis, tras la hecatombre, arremetía todas las tardes con más entusiasmo y más alegría hacia la conquista de su gloria. Esa línea de conducta sin desaliento, sin tibieza; ese remontar constante de su mala suerte y destino o circunstancias contrarios, es lo que nos redujo en el equipo de Sevilla. Su fe en sí y en los sevillanos que lo seguían.
Estas calidades de la afición del Betis, llevadas, como nos decía don Santiago Montoto, a otras parcelas del quehacer, querer, batallar, insistir, porfiar, sufrir, alentar y desvivirse por el logro de las metas más altas…¿qué ciudad, qué Sevilla no nos hubiera proporcionado y gozaríamos ahora? Por eso soy bético sin ser mayormente aficionado ni frecuentar apenas los campos del deporte. Por romanticismo, tesón y sevillanía.
Notas:
Nació en el pueblo sevillano de Los Palacios y Villafranca, el 18 de julio de 1904. Durante toda su vida participó activamente en diversos acontecimientos propios de la ciudad de Sevilla, de la que fue un amante y defensor empedernido; este poeta fue Redactor Jefe de la revista Mediodía, ateneísta, Director de los Reales Alcázares, pregonero de la Semana Santa del 1944, Rey Mago en la cabalgata del 1937 y Hermano de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo.
Vinculado a los vanguardistas de su época, su afición por la escritura comenzó a una temprana edad. Así en 1923 publicó La tristeza del Conde Laurel y Hermanita Amapola en 1925. En 1929 escribió Sombra apasionada, libro dedicado a Gabriel Miró, donde alterna diversas técnicas narrativas como expresivas: prosas sensitivas y creacionistas, surrealismo, poesías clasicistas y neopopularismos. En este primer periodo narrativo y poético de Joaquín Romero Murube se denota la influencia de autores como Ramón Gómez de la Serna, Valle-Inclán o Pedro Salinas.
En 1934 publicó el ensayo José María Izquierdo y Sevilla, fruto de la concesión del Premio Izquierdo de ese año, otorgado por el Ateneo hispalense. Ese mismo año publica otro ensayo titulado Dios en la ciudad, que más tarde incluyera en su obra Sevilla en los labios, en 1938, uno de sus libros más importantes. En 1943 publicó Alcázar de Sevilla - Guía turística, y su Pregón de Semana Santa en 1945, Memoriales y Divagaciones entre 1950 y 1951, Lejos y en la mano en 1959 y Los cielos que perdimos en 1964; las tres últimas obras forman su trilogía sobre los espacios de la memoria. También escribió una obra sobre la figura de Francisco de Bruna y Ahumada, sobre sus experiencias y logros en sus 42 años como responsable de los Reales Alcázares de Sevilla, justo como dos siglos más tardes lo sería nuestro poeta.
También se deben destacar sus obras Ya es tarde (1948) y una hermosa elegía de su pueblo, bajo el título Pueblo lejano (1954).
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Miguel -