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El río Betis nace en tus ojos

 

ALBERTO GARCÍA REYES

Tormenta de verano. A la hora del membrillo cae sobre el río toda el agua de su cauce. Llueve. Para que Sevilla se empape de Betis. Jarrea o sale el sol. Porque el día fluye como fluyeron los cien años precedentes. Lluvia y, de súbito, un rayo de sol. Eternas tinieblas y, de repente, un haz de luz.

Y con el agua de los charcos llegando a los tobillos, con el fango hasta los corvejones, como siempre, la memoria te invita a emprender un viaje por el último siglo de la Historia.

No es exactamente un recorrido por los hitos que aparecen en los libros lo que te apetece hacer. Prefieres recordar a ráfagas cosas que sólo tú has vivido. ¿Recuerdas la primera vez? Tu abuelo te contaba películas de unos indios vestidos de verde que siempre acababan perdiendo, pero que jamás se daban por vencidos.

Tu padre añadía en tu carta a los Reyes Magos una camiseta de rayas verdes y blancas. Todavía conservas la primera, que era de algodón y llevaba el número tres, cortado en cuero, cosido a la espalda. Camiseta de trece barras para meterse en camisa de once varas. Jugabas el partido de tu barrio con el verde ceñido a tu pecho.

Coleccionabas estampitas para rellenar álbumes en los que no estaba el Betis, porque aquel libro sólo recogía a los equipos de Primera. Pero tú te sabías de carrerilla la alineación. La de Segunda, la de Tercera y la de las gestas. Urquiaga, Areso, Aedo, Peral, Gómez, Larrinoa, Adolfo, Timimi, Unamuno, Lecue y Caballero. Cero a cinco en Santander. 1935. Esnaola, Bizcocho, Sabaté, Biosca, Cobo, López, Alabanda, Cardeñosa, García Soriano, Megido y Benítez. Dos a dos en el Calderón y parada de Esnaola a Iríbar. 1977.

Después, con el tiempo, te paraste a pensar en que los dos goles de la primera Copa del Rey los metió López. ¿Qué ha sido de López? Más tarde, con sosiego, caíste en la cuenta de que en ninguna de aquellas dos alineaciones estaban Luis del Sol, Rogelio o Gordillo, el gran triunvirato de la historia bética.

Después vendrán Esnaola, Cardeñosa, Eusebio Ríos y Joaquín. Pero en la primera página de tu memoria están Del Sol -qué nombre más idóneo para triunfar en Heliópolis y para un día como el de ayer-, el Pata de Caoba de Coria y el Vendaval del Políngano.

Tú sólo has visto jugar a Rafael, pero has heredado de tus castas la veneración por los otros dos. Y el respeto a cualquiera que haya pisado esa yerba, desde Montiel a Tenorio. Ay, Tenorio, viejo Tenorio. Cómo supiste cumplir tu juramento de hacer de la casa del Betis la tuya propia. El viejo Tenorio, padre del utillero Alberto, sirva de paradigma del beticismo. Estaba su hijo Benito haciendo la mili en Madrid. Y una mañana lo llamó su Manolo para sacarlo de su casa, que su casa estaba en el Gol Sur. El viejo jamás salía de allí si no era para ir a ver al Betis en otro campo. Ese domingo jugaba en Valencia, contra el Levante. «Venga, viejo, que nos vamos para allá». Y a la altura de Manzanares el viejo se escamó. El coche siguió para Madrid. Al rato, su Manolo lo metió en el cuartel y lo puso delante de Benito. El viejo abrazó a su hijo, pero al momento le tomó un metro y le dijo: «Benito, mi arma, yo me alegro mucho de verte, pero me habéis engañao y ahora estoy sufriendo porque no sé cómo va er Beti». Ole. No siente el que no padece.

Llueve mucho sobre el río Betis. Y sobre tu recuerdo. La tormenta te lanza relámpagos de miseria. De años de arrastre. De tardes enfangadas contra el Sabadell o el Sestao. De goles en el descuento. De un clamor espeluznante aquella noche del Tenerife: «¡Betis, Betis!». De una llorera inconsolable cuando el árbitro pitó el final de aquella promoción ante el Coruña apenas unos días antes de que Lopera apareciera por el Villamarín por primera vez. El chaparrón tapa todas las lágrimas. Infinito caudal de llanto. Porque el Río Betis no nace en Cazorla, no. El manantial del que fluye el Betis está en los ojos de cada bético. Lágrimas por Ignacio Sánchez Mejías a las cinco en punto de la tarde. Romancero lorquiano de peloteros de mentira. Inmensa petenera.

Desde el 12 de septiembre de 1907, hace ahora cien años, hay una duquela en Sevilla que te arrasa la memoria. Una pena negra que va más allá de perdomos, retameros, manueles, galeras y bajuelos. Una amargura que se ufana de la calamidad. La gran duquela del beticismo secular está, manque pierda, en sus adentros, en su esencia. Quizás has tardado cien años en descubrirlo: el Betis pierde cuando gana y gana cuando pierde. Dios lo eligió para ser así. Por eso está lloviendo tanto hoy. Por eso es tan plomizo el horizonte esta tarde. Por eso eres del Betis. Porque Dios te ha elegido.

Enhorabuena.

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